El movimiento obrero

El Sexenio democrático legalizó a las organizaciones obreras, clandestinas durante el reinado de Isabel II. Así, a finales de 1869 se estructuró el sindicato algodonero, llamado “Les Tres Classes de Vapor” (tejedores, hiladores y jornaleros), de carácter moderado y que, con más de ocho mil afiliados, era el mayor de Catalunya. Las tendencias principales eran dos: el marxismo y el anarquismo. Los marxistas pretendían conquistar el estado para instaurar la dictadura del proletariado, mientras que los anarquistas pretendían simplemente hacerlo desaparecer. Además, había diversos movimientos “utopistas”, como por ejemplo los coros de Clavé o el cooperativismo. Éste último pretendía resolver el conflicto entre capital y trabajo mediante su fusión en un único elemento: el obrero cooperativista. Hacia 1840 habían nacido en Catalunya las primeras Cajas de Resistencia, destinadas a construir fábricas explotadas por los propios obreros. La primera de estas sociedades cooperativas en constituirse fue La Obrera Mataronense, compuesta por 246 socios, el 1 de julio de 1864, a partir de la Caja de Resistencia de Mataró. Tuvo grandes dificultades, como no encontrar un notario que quisiera hacer la escritura y la epidemia de cólera de 1865. La Revolución de 1868 reconoció a las sociedades cooperativas y en 1869 comenzó su actividad, con 105 socios, dirigida por el resusense Salvador Pagès. En junio de 1870 se desarrolló en Barcelona el Primer Congreso Obrero, que era a la vez el cuarto la Alianza Internacional de Trabajadores, más conocida como la Primera Internacional, fundada por Marx en Londres en 1864. Participaron todas las tendencias, incluida la societaria moderada, a la que pertenecía Salvador Pagès, gerente de La Obrera Mataronense. Pagès hizo varios discursos extremadamente moderados, con ribetes moralistas, oponiéndose a la lucha de clases y a las huelgas, y proponiendo que el dinero que se pierde en una huelga se destine a mejorar la producción. “Por qué no invertir en los talleres en vez de perderlo todo en una huelga”, se preguntó. El Congreso rechazó el cooperativismo y el mutualismo como vía de emancipación de la clase obrera. Dentro de la Primera Internacional, la sección catalana, de la mano del presidente del Congreso, Rafael Farga i Pellicer –que pertenecía al círculo íntimo personal de Bakunin- y otros dirigentes, optó casi unánimemente por la corriente anarquista de Bakunin, que subsistía como facción semisecreta, con la oposición de Karl Marx. Además, la sección catalana de la Primera Internacional fue contraria a la creación de un partido político, prefiriendo el apoliticismo. A comienzos de 1873, tenía unos veinte mil afiliados. En 1874, Pagès se desentendió completamente de la Internacional, ya que los anarquistas habían incluido definitivamente a los obreros cooperativistas en la lista de sus enemigos. Benedicto XVI ha señalado en su encíclica “Deus Caritas est” (2006) que los católicos no disponían entonces de ninguna orientación de la Iglesia sobre “el cambio radical en la configuración de la sociedad, en la cual la relación entre el capital y el trabajo se convirtió en la cuestión decisiva. (…) Los medios de producción y el capital eran el nuevo poder que, estando en manos de pocos, comportaba para las masas obreras una privación de derechos contra la cual habían de rebelarse. Se debe admitir que los representantes de la Iglesia percibieron sólo lentamente que el problema de la estructura justa de la sociedad se planteaba de un modo nuevo”.

Josep Maria Tarragona, 07-IV-2007
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Última actualización: 06/05/2016