Romanticismo y Nacionalismo en Catalunya

Durante el siglo XIX, el sentimiento nacional, excitado por el romanticismo, comenzaba a empujar hacia la unidad a grandes pueblos divididos en varios estados por razones históricas –Alemania, Italia, Polonia- y también hacia la independencia a pueblos pequeños incluidos en estados más grandes –Irlanda, Bohemia, Hungría, los bálticos, etc. En mayo de 1848, Pío IX había consultado a Balmes: “Qué se ha de pensar de los derechos de nacionalidad y de independencia, que se dice que son inalienables; y, suponiendo que se tuviera que admitir esto, cuándo y cómo se podrían ejercitar”. Balmes murió repentinamente y no pudo contestar. En todo caso, él, como cualquier observador de la realidad social, constataba en Catalunya –en los carlistas, los moderados, los conservadores locales y los progresistas- una clara conciencia de que el Estado español estaba imponiendo una identidad nacional castellana, identificada con la lengua, la historia, la tradición artística y la literatura castellanas, excluyendo cualquier otra, en un régimen de centralismo extremo. Los catalanes mantenían vivo el recuerdo de la derrota militar de 1714, cuando Felipe V completó el programa de Isabel la Católica: la conquista militar de la Corona de Aragón. Desde entonces, el estado Español –como ya venía haciendo el estado Francés en la parte de Catalunya situada al norte de los Pirineos- había intentado por todos los medios borrar la lengua y la historia de Catalunya, y sustituir en los catalanes el amor a la desaparecida Catalunya por la sumisión absoluta al poder español. El símbolo arquitectónico era la Ciudadela mandada construir por Felipe V para controlar militarmente Barcelona y en la que se encerraba a los enemigos de la Monarquía Española. Sin embargo, la acción descatalanizadora del estado Español encontraba fuertes resistencias en el pueblo, que intentaba mantener clandestinamente la personalidad colectiva catalana, basada en la lengua, la historia, el derecho y el arte propios. Por eso, el nacionalismo catalán surgió como una reacción a la acción centralizadora del Estado. Y no era básicamente fruto del romanticismo subjetivo trasplantado colectivamente al pueblo por el liberalismo, sino que junto a esta raíz progresista tuvo otra, más potente: la tradicionalista. En 1833, el poema “la Pàtria” de Aribau había iniciado un movimiento cultural: la “Renaixença” (el Renacimiento). El amor a Catalunya se expresaba por primera vez desde la derrota militar de 1714, a través de la poesía y de los estudios históricos. En 1836, Pròsper de Bofarull publicó “Los Condes de Barcelona vindicados”. En 1841, Joaquim Rubió i Ors, en el prólogo de sus “Poesies” propugnaba la independencia literaria de Catalunya. En 1850, Víctor Balaguer publicó una “Historia de Catalunya y de la Corona de Aragón”. Y en 1859 –cuando Gaudí iba a cumplir los 7 años- se restauraron los “Juegos Florales”, el certamen clásico de la poesía catalana.

Josep Maria Tarragona, 31-X-2006
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Última actualización: 06/05/2016