Una nave para el hombre

La dedicación al culto por el papa Benedicto XVI, el 7 de noviembre de 2010, de la nave de la Sagrada Família cumple una de las grandes apuestas del cardenal Francesc Vidal i Barraquer (Cambrils, 1868 – Friburgo, 1943), conocido como el “cardenal de la paz” y fallecido en el exilio por su labor pacificadora durante la Guerra Civil Española, incluyendo el no haber firmado la Carta Colectiva del Episcopado de 1937. Vidal i Barraquer bendijo solemnemente la primera piedra de la nave el 11 de diciembre de 1921. Allí estaba, sosteniendo respetuosamente su sombrero ajado de artista bohemio en la mano, el gran arquitecto Antoni Gaudí. Tenía sesenta y nueve años, de los que había dedicado treinta y ocho a la Sagrada Família. Con ímpetu juvenil al principio, cuando calculaba construirla en diez años; más sosegadamente después, cuando se vio que las limosnas no daban para ello, compatibilizándolo con otras obras; y de manera exclusiva desde hacía diez años, consciente de que no podría acabar su obra y la dejaría en manos de la Providencia. Sólo había conseguido levantar el ábside y gran parte de una de las dos fachadas laterales. En la década de 1910 el proyecto global de la Sagrada Família habría fracasado definitivamente por falta de financiación y el Obispo de Barcelona hubiera aprovechado lo existente para hacer la parroquia del barrio, si Antoni Gaudí, en contra de la decisión de la Junta de Obras, del Obispado, de los intelectuales noucentistas y de los anticlericales, no se hubiera empeñado personalmente, renunciando a sus honorarios y saliendo a mendigar limosnas cada tarde para reunir a lo largo de la semana la paga de los pocos obreros que quedaron. Mucha gente normal lo tenía por chiflado, pero contó siempre con el apoyo del pueblo sencillo y de los eclesiásticos más brillantes de Catalunya: primero, de mosén Jacint Verdaguer; luego, del Dr. Torras i Bages, sacerdote en Barcelona y más tarde Obispo de Vic; y, por último, del Dr. Vidal i Barraquer, que en 1919 fue nombrado arzobispo de Tarragona –entonces la única archidiócesis de Catalunya, que incluía todas sus diócesis, entre ellas la de Barcelona- y en 1921 creado cardenal. El cardenal Vidal i Barraquer fue el gran protector de Gaudí durante la última etapa de su vida. Al poner la primera piedra de la nave, ambos hacían un acto de fe en el futuro cristiano de Catalunya y de Europa, que el arquitecto, cuando le objetaron que construía la última de las catedrales, expresaba así: “Lo que puede ser es la primera de la segunda etapa.” La decisión del cardenal Martínez Sistach de abrir al culto la Sagrada Família –la primera atracción turística del estado-, en los tiempos de frialdad religiosa que corren, es un acto de fe en el convencimiento y en las palabras de Antoni Gaudí; repite, casi ochenta y nueve años después, la fe en la persona del genial artista cristiano del cardenal Vidal i Barraquer. La nave de la Sagrada Familia, realizada por el arquitecto Jordi Bonet, entra de pleno derecho en la historia de la Arquitectura religiosa y de la Arquitectura universal, junto a la sala hipóstila de Karnak, el Parthenón, las basílicas constantinianas, el interior de Hagia Sophia o las grandes catedrales góticas. Aunque sólo sea por sus paraboloides hiperbólicos, hiperboloides, helicoides de doble giro y demás formas que por primera vez en la historia el gran arquitecto Gaudí extrajo de la Naturaleza, en cuyo libro leía directamente y que llamaba Creación. Ahora bien, estas nuevas formas plásticas ¿qué espacio arquitectónico delimitan por su situación, tamaño y distancias relativas? Gaudí afirmaba categórico: “Yo he venido a tomar la arquitectura en el punto donde la dejó el estilo bizantino”: el estilo de los griegos cristianizados. Decía de sí mismo que era un arquitecto helénico. En efecto: el espacio interior que Benedicto XVI dedicará al culto tiene las más exquisitas proporciones griegas, que en Barcelona sólo conocíamos, aunque con menor intensidad, en la basílica de Santa Maria del Mar. No es la morada de una Divinidad que aplasta con su omnipotencia, o se aleja de los hombres con su movimiento ascensional, o se esconde en espacios fragmentados, llenos de dramatismo y de misterio. Y tampoco es una caja para guardar decoraciones preciosas, sino que el continente es lo precioso. Es un espacio único con un simple organismo constructivo, lleno de harmonía, serenidad y grandeza. No es la morada de un Dios inaccesible, sino el diáfano escenario de la conversación de un Dios humanizado con su pueblo humano. Como el Parthenón, está hecho a la medida del hombre y a la medida de un Dios antropomórfico.Tiene la claridad, la solemnidad y la proporcionalidad del cuerpo humano; las cualidades bizantinas, es decir griegas elevadas a cristianas. Escribía Vitrubio, y lo ilustraba Da Vinci, que “si se toma la medida desde los pies hasta la cabeza y se compara con la medida entre las manos extendidas, se encontrara la misma, de manera que el área resultará perfectamente cuadrada.” Añadía que especialmente “los edificios de los dioses se han de distribuir en un orden perfecto. (…) Los antiguos consideraron perfecto el número diez, porque corresponde al número de dedos de las manos. Y como ambas manos constan por naturaleza de diez dedos, plació a Platón que fuera el número perfecto.” Santa María del Mar tiene una anchura de 100 pies, el “hecatompedon” de los templos griegos, y la Sagrada Família tiene una anchura en el crucero de 100 pasos (un paso = 75 cm.). El interior de este crucero está formado por dos cuadrados de 40 pasos de lado. Se intersecciona con la nave, formada a su vez por dos cuadrados de 60 pasos de lado; es decir, mayores que los del crucero en relación 3-2. Las columnas forman cuadrados entre ellas y con las paredes. Si el hombre modelo dibujado por Da Vinci en posición supina con sus brazos extendidos se situase en el suelo de la Sagrada Família, encontraría la ampliación proporcional de su área humana diez veces entre las columnas de la nave, doce veces entre las columnas y las paredes de la nave, tres veces entre las columnas del crucero y doce veces más entre éstas y las paredes. Si se levantase en posición vertical, la encontraría entre la altura de los nudos de las columnas-árboles de la nave central y la anchura de esta nave, que forman un cuadrado de 20 x 20 pasos, como en Santa Maria del Mar. La hallaría por segunda vez entre la altura de las bóvedas de las dos naves laterales interiores y la anchura de toda la columnata (suma de la de la nave central y dichas naves), que forman un cuadrado de 40 x 40 pasos, como en Santa Maria del Mar. Y, en una triple expansión que supera la doble de Santa Maria del Mar, la encontraría por tercera vez entre la altura de la bóveda de la nave central y la anchura de pared a pared, que forman un cuadrado de 60 x 60 pasos. La relación entre estos tres cuadrados es 3-2-1. Por otra parte, la altura de la nave central forma tres cuadrados con su anchura; la altura de cada una de las cuatro naves laterales forma cuatro cuadrados con su propia anchura, como en Santa Maria del Mar; y, en cada lado, la altura de las dos naves laterales forma dos cuadrados con la anchura de la suma de ambas naves. La proporción entre dichas alturas de las naves es la misma 3-2. Ya desde la entrada del Templo, el hombre modelo de Da Vinci habrá visto algo que no existe en Santa Maria del Mar: los cimborios, con la representación del Padre Eterno, cubriendo el lampadario del Espíritu Santo que cae sobre el altar de Jesucristo. Si camina hacia él, cada diez pasos –uno por cada dedo de las manos, el número humano y divino de Platón- cruzará una fila de columnas y recorrerá un tramo del Templo. Los seis primeros tramos son el cuadrado base de un cubo de longitud, anchura y altura de 60 pasos: de proporciones humanas, donde el hombre reza. Si sigue avanzando hacia el altar, entrará en el segundo cuadrado de longitud y anchura de 60 pasos, pero cuya dimensión vertical asciende de la proporción humana a la proporción divina, hasta los cimborios de María y de Jesucristo. El altar está exactamente en el centro, en el ombligo de este segundo cuadrado de 60 pasos de lado, a distancia tres cuartos de la entrada principal. El altar es el lugar de la transubstanciación: para los católicos, el pan y el vino se convierten en Jesucristo, el Dios-Hombre, el Logos de los griegos. Toda la funcionalidad del edificio se ordena exclusivamente y de manera total a este acto, el centro y la cima de la liturgia. Porque para Gaudí la liturgia era la “ley suprema” de la arquitectura del Templo, comenzando por su geometría. Así, el altar es el primer punto de la geometría de la Sagrada Família, desde el que el gran arquitecto trazó toda la iglesia, como el Logos es el inicio de la Creación y permanece inmanente en ella. Antoni Gaudí era un genio mediterráneo, de la tradición más clásica. Él decía que su templo, sin negar su filiación directa con las grandes obras del arte cristiano medieval, tendría, “la gracia helénica, equilibrada de fondo y forma, de tamaño y situación, divinamente humana y humanamente gloriosa”. (Reproducido de “El Periódico”, 4-11-2010)

Josep Maria Tarragona, 7-XI-2010
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Última actualización: 06/05/2016