La Febre d'or

La estabilidad política de la Restauración, las victorias sobre los carlistas y sobre los insurrectos cubanos, el estrangulamiento del movimiento obrero, la plaga de la filoxera en Francia, la baja del precio del trigo que llegaba de América y de Ucrania, el restablecimiento del arancel y otros factores contribuyeron a la euforia económica entre 1876 y 1882. Se reemprendieron las obras ferroviarias, se inició la producción y distribución de electricidad, se instaló la primera línea telefónica y aumentaron enormemente las exportaciones vinícolas y textiles. Se hicieron nuevas fábricas en los ríos catalanes, para aprovechar su fuerza motriz. Y nuevas industrias, no sólo textiles, como los altos hornos, las pastas de harina, los fertilizantes químicos, los tapones de corcho, la electricidad, etc. Por ejemplo, “La Obrera Mataronense” tenía un capital en 1869 de 6.000 pesetas, que pasó a 61.043 en 1873 y a 154.742 en 1877. Sus instalaciones aumentaron y mejoraron enormemente y trazó grandes planes para el porvenir, contando con Gaudí como arquitecto. En Les Corts, la fábrica de la familia Batlló, de 60.000 metros cuadrados, inaugurada en 1870, superadas las huelgas y conflictos del Sexenio Democrático, trabajaba a pleno rendimiento sus 1.350 telares, 617 caballos de fuerza y más de 2.000 obreros, presentando sus productos en las exposiciones de Filadelfia de 1876 y de París de 1878. En Sants, en la fábrica del Vapor Vell, especializada en panas y con 700 obreros, de la que eran socios los Güell, las cosas no iban tan bien, aunque obtuvo un diploma de Honor en la Exposición de Filadelfia. También se rehízo de la crisis “La Fabril Cotonera” de Reus, dirigida por Joan Tarrats, el que había descubierto la facilidad para la geometría de su protegido Gaudí cuando era adolescente. Vio crecer al máximo el valor de sus acciones en las Bolsas de Barcelona y de Reus y abrió una sucursal en Barcelona, de la que fue nombrado director Josep Oriol Canals i Zamora, gran amigo de Gaudí. En todas estas fábricas, la jornada laboral era de once horas. El crecimiento sostenido de la economía productiva determinó un espectacular florecimiento de la economía financiera: se crearon bancos y nuevas sociedades y la Bolsa de Barcelona alcanzó un desarrollo extraordinario, que se denominó “Febre d’or”. Barcelona crecía a ritmo de 4.000 habitantes por año. Pero sobre todo crecían los pueblos industriales de sus alrededores, como Sant Martí de Provençals, Gràcia y Sants. En 1877, el llano de Barcelona tenía 353.853 habitantes, es decir el 17,3% de Catalunya. El municipio más favorecido por la instalación de nuevas fábricas era Sant Martí de Provençals, por su abundancia de agua y sus bajos impuestos. Allí se desarrollaron los dos barrios obreros más importantes del llano de Barcelona: el Clot y el Poblenou. La segunda ciudad del país continuaba siendo Reus, con 26.000 habitantes, si bien Tortosa, Tarragona, Sabadell, Manresa, Lleida y Mataró crecían a mayor ritmo y ya superaban los 20.000 habitantes cada una. En Barcelona se acabaron obras comenzadas en el periodo revolucionario anterior y se emprendieron nuevas. Continuaba la transformación en Parque de la antigua ciudadela militar derruida por la Revolución de 1868, proyecto en el que colaboraba Gaudí en calidad de delineante de Fontserè. Y se urbanizaba la plaza de Catalunya, que soldaba la antigua ciudad amurallada con el nuevo Eixample. El 28 de noviembre de 1876, se inauguró el mercado del Born, proyectado por el Ayuntamiento republicano y delineado por Gaudí a las órdenes de Fontserè. El 23 de abril de 1878 se inició el derribo de la muralla de mar, que daría lugar al paseo de Colón y a la erección del monumento al descubridor de América; y el mismo año se abrió la calle Ferran. Y proseguía la edificación del Eixample, transformando el suelo agrícola que se extendía entre Barcelona y los pueblos del llano. El 2 de marzo de 1877 llegó a Barcelona el rey Alfonso XII y en su honor se organizó en la nueva Universidad –una de cuyas torres albergaba la Escuela de Arquitectura- una Exposición General Catalana, que mostraba la pujanza de la industria. Además, se obsequió al monarca con una antología de poesía en catalán y en castellano, que aspiraba a demostrar la dignidad literaria del “robusto idioma de nuestros padres”.

Josep Maria Tarragona, 31-I-2008
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Última actualización: 06/05/2016