Historia del proyecto

En enero de 1887, Gaudí fue llamado a Astorga por Mons. Joan Baptista Grau i Vallespinós, que acababa de ver arder el palacio episcopal. El doctor Grau estableció provisionalmente su residencia en el Seminario Diocesano y, no habiendo arquitecto en la diócesis, acudió a Gaudí. Ambos eran de Reus, se habían tratado durante las obras de la capilla de Jesús y María de Tarragona y a través de la Catalanista, y participaban en la vida cultural barcelonesa. Gaudí quedó muy reconocido a su paisano Mons. Grau por haberse acordado de él. Le escribió el 8 de febrero de 1887 para manifestarle su gratitud y advirtiéndole que estaba atareadísimo con la Sagrada Família y con la casa Güell, y que no podría viajar a Astorga hasta acabar la morada de su rico admirador. Le envió, pues, un cuestionario para conocer por carta los datos indispensables para el desarrollo del proyecto. En la correspondencia que entablaron, por ejemplo, el prelado le comunicó que en Astorga se utilizaba la piedra artificial, a lo que Gaudí contestó que era propia de edificios de insignificante importancia, y valía más la piedra sin labra alguna o el ladrillo que la sillería de imitación; o trataron del frío de Astorga y la necesidad de calefacción. Gaudí siempre aprendía de la experiencia, y en la casa-torre de su amigo Eusebi Güell “despertaron una mañana congestionados todos los individuos de su familia, y a su señor suegro, don Antonio López, costo algunas horas el volver en sí”, porque el sistema de calefacción no tenía el complemento de un sistema de ventilación. El arquitecto, para quien la primera condición de un edificio era su ubicación armónica en el entorno natural y urbano, pidió fotografías de la vecina catedral y las principales construcciones de la ciudad. Gaudí tardó pocos meses en hacer los planos del palacio episcopal de Astorga. En julio de 1887 los envió por correo y el doctor Grau se apresuró a remitir un telegrama: “Gustan muchísimo. Enhorabuena. Espero carta”. La identificación entre ambos reusenses fue total en la aventura que emprendían. El presupuesto ascendía a 150.000 pesetas. En virtud del concordato, correspondía pagarlo al Gobierno de S. M., y por ello era preceptiva la aprobación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, lo que suponía un largo trámite. La Academia de Bellas Artes de San Fernando decidió pasar el proyecto a informe el 14 de noviembre de 1887. Designaron como ponente al Marqués de Cubas, el autor de la catedral madrileña de La Almudena, quien, dada su reducida formación técnica y deleznable gusto artístico, era claramente de las personas menos idóneas para entender la revolución técnica y la genialidad artística del joven arquitecto Gaudí. Así, el informe de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, emitido el 24 de febrero de 1888, es un juicio hecho con parcialidad, muy desfavorable, que desaprueba el proyecto de Gaudí por debilidad en las cubiertas, olvidos de carpintería, estrechez en el foso, deficiencias en las bóvedas del sótano, estrechez de las escaleras, errores en el cálculo del presupuesto, etc. Curiosamente, sí les parecen razonables los honorarios propuestos, teniendo en cuenta que el arquitecto reside en una ciudad lejana. Gaudí modificó su proyecto y en enero de 1889, el Marqués de Cubas, como ponente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, hizo nuevas observaciones. Exigía poner más medidas contra incendios y pararrayos en la cubierta central; ampliar el foso y hacer un plano de detalle de la resistencia mecánica, ampliar las escaleras, y suprimir los intercolumnios de las rotondas angulares; y decía que las bóvedas aplanadas de los sótanos no son estables. Gaudí respondió que ya había suficiente con los cuatro pararrayos de las torres, que no era necesario ampliar ni los fosos ni la escalera, en todo caso sustituir la barandilla de piedra por una de hierro, que podía suprimir algunas columnas de las rotondas y que la bóveda del sótano era perfectamente estable. La Academia contestó exigiéndole un plano de las cubiertas, ampliar el foso y las escaleras, suprimir los intercolumnios y reformar las bóvedas del sótano para hacerlas estables, ¡ya que los cálculos de Gaudí eran erróneos! Por todo ello, la Academia acordó devolver por segunda vez el proyecto a su autor, para que hiciera las modificaciones que se le mandaban. Gaudí se sintió muy contrariado, de una manera especial, y así se lo confió por escrito al doctor Grau. Mas entonces era Gobernador del Banco de España don Pío Gullón, astorgano ferviente, a quien acudió el infatigable prelado en busca de ayuda. El cacique, tras efectuar largas y laboriosas gestiones en los ministerios, pudo enviar en febrero de 1889 un entusiasta telegrama a Astorga anunciando la aprobación definitiva por parte del Estado del proyecto y de su financiación. A finales de abril, Gaudí recibió el dictamen de la Academia y, por amistad con el Dr. Grau, hizo ligeras modificaciones en su proyecto y volvió a enviarlo. Por contraste, en Astorga surgieron nuevos problemas burocráticos con la subasta de las contratas, que el optimismo y la tenacidad del doctor Grau vencieron. Anton Gaudí se decidió a viajar a Astorga en el mes de junio. El doctor Grau le alojó con él, en el Seminario. El arquitecto sufrió una gran decepción: Astorga no era en absoluto la ciudad que había imaginado a partir de las cartas del obispo, y todo el país estaba sumido en un subdesarrollo patente. Por otra parte, en el imaginario colectivo de una cierta España profunda los catalanes eran equivalentes a los judíos: una raza despreciable que encarnaba los contravalores del español de bien, como la afición al dinero o el amor al trabajo, y que con su lengua particular se infiltraba en todos los resortes de la patria –la nación católica- para destruirla desde dentro. Presenció incluso un cambio de impresiones muy dificultoso entre Mons. Grau y su vicario, y la hostilidad del cabildo. Se criticaba abiertamente el alto dispendio que supondría llevar a la práctica su proyecto. Por otra parte, el doctor Grau enseñó a Gaudí el proyecto que había hecho un canónigo aficionado a la arquitectura, de influencia postclásica, a base de horizontales y verticales. El obispo pidió la opinión al arquitecto, quien comentó que abundaban mucho las paralelas, y que si éstas eran líneas que se estudiaban en geometría, también eran un aparato de gimnasia, que servía para hacer planchas. Finalmente, se fijó la fiesta de la onomástica del obispo, 24 de junio de 1889, para poner solemnemente la primera piedra. Gaudí se quedó más de dos meses. Paseaba por las murallas, meditaba bajo las bóvedas de la catedral, recorría los alrededores, captando la inmensidad de aquel páramo seco, aislado por las montañas. Y decidió rehacer los planos. “Es preciso –decía al prelado- reformarlos, ya que todo debe ser reflejado en la mansión que V. I. espiritualmente gobierne”. En su aposento del Seminario, hizo unos nuevos planos, que incorporaban todas estas impresiones obtenidas “in situ”. Y recorrió prácticamente toda la diócesis, buscando canteras de granito, arenales, cal, yeso, pizarra, madera, cerámica, ladrillos, herreros, etc. Quería que las obras del palacio contribuyeran al levantamiento económico del país; y así escogió los materiales para que sólo se tuviera que traer de Catalunya el mínimo imprescindible.

Josep Maria Tarragona, 21-I-2009
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Última actualización: 06/05/2016